Alberto Suárez
Literatura
"Los Cuentos que no canto", de Alberto Suárez



 

Prólogo

Enrique, apagá esa luz... Frase lanzada por mi madre en plena madrugada desde su habitación, mientras la mía estaba cubierta por una espesa bruma que dificultaba la navegación en ese mar que ocultaba los peligrosos arrecifes de la isla de Mompracem... Un descuido, una distracción momentánea podía hacer zozobrar nuestra frágil embarcación, por eso sólo atinaba a emitir un débil "ya va, vieja...". Imposible abandonar la lectura de las aventuras de Sandokán. Desde aquella adolescencia nunca superada, sigo disfrutando de los relatos que disparan imágenes, texturas, olores, colores y sabores. Un tipito tomando un café, solo, en alguna esquina de algún viejo bar, ya es una promesa de aventuras. Algunos libros después... Asomó en mi vida una antología de Georges Brassens. Comencé a entender el sentido de esa poesía, transformadora, hiriente, desparpajada, por sobre las mieles, amoríos, desesperanzas y alegrías de la mayoría de los poetas.
Y un día, lo escuché cantar-contar lo de la Rosita*. La impresión fue similar a la recibida en el 82 con Pedro Navaja. Dice Fandermole que escucharlo es como ir al cine. Leerlo, agrego, es escucharlo relatar en un café, en ronda de amigos. La imagen de la desolación última, el cielo gris plomizo en una ciudad en ruinas, un fuego encendido y los pocos sobrevivientes en derredor, escuchando el cuento de uno de ellos. Atentamente, con la mirada perdida entre las llamas. Casi sin respirar para no cortar el clima. Irrumpe de vez en vez el humor, sabiamente dosificado, construyendo esa sinusoide de felicidad a melancolía y nuevamente alegría.
"Según minuciosos tratados etimológicos, en las postrimerías del siglo IX la palabra trovador designaba a aquel que encontraba una cosa, luego, por extensión, le fue aplicada a los juglares, a los poetas"
Suárez encuentra cosas adentro y afuera. Las cuenta sin creérselas demasiado. Toma un poco de escéptica distancia y prefiere pasar por ingenuo antes que pasarse de vivo. Es el que, en la ronda del café, permanece en silencio hasta que descerraja una historia que deja mudo al resto. Allí hay otro secreto. El tempo del músico ayuda al tiempo del escritor. Un viejo amigo, Julio Ortiz, decía que había que tener swing hasta para encender la luz del baño. Es en un momento preciso, exacto, ni antes ni después. Allí es donde aparece el músico relator, cuenta in crescendo y sabe perfectamente cuándo y cómo cerrar. A tempo giusto. Como debo hacerlo yo, ahora.

Quique Pesoa

*“La Rosita” es una canción de Alberto Suárez y pertenece al disco “Operación Gardel”




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